miércoles, 19 de febrero de 2014

EL JUEGO DE LLAVES QUE ABRE TODA UNA VIDA (con dientes de 3,5 y acabado en estrella)


Acabo de leer una novela que, por su argumento, la clásica llamada de teléfono para correr al hospital al pie de la cama de una madre enferma, llamada que realiza un padre con el que la protagonista no tiene prácticamente relación, hubiera podido fácilmente y sin queja por parte de ningún lector, caer en el estereotipo y la retorica. Hubiéramos aceptado las normas que regulan este tipo de historias, sin rechistar, adaptándonos al discurrir de los hechos.

Pero nada más abrir la primera página de “Las Llaves de casa” de Carmen Estirado, la novedad y el fluir contemporáneo de las palabras, nos sorprende gratamente, dejándonos agarrados al papel, sin posibilidad de escape. No sabría cómo definir la narrativa de esta autora sin caer en el tópico de los adjetivos utilizados en las recensiones al uso, que la definirían como fresca (en el sentido de “un golpe de aire fresco), vanguardista, moderna. Mi primera sensación fue la de encontrarme delante de una forma de escribir diferente a la que no estaba acostumbrada, muy actual, sin caer en la tentación de la jerga, manteniendo en todo momento una forma de redactar y unas descripciones impecables. Y sobre todo, Carmen Estirado, le concede mucho más importancia a la trama que al desenlace, cosa que agradezco inmensamente (“…Amar la trama más que el desenlace…”,  dice en unas de sus canciones uno de mis cantautores favoritos, Jorge Drexler), mimando sus descripciones, enriqueciéndolas de detalles que a alguien acostumbrado a los best sellers tamaño tocho, podrían parecer inútiles, pero que a mí me dejaron impresionada:

Pedí el menú completo: churros, chocolate caliente y zumo de naranja. Me lo sirvió la camarera gorda que siempre se apoyaba en la orilla de la freidora y que llevaba un delantal azul manchado de aceite que le quedaba ridículamente pequeño.

En el pasillo de al lado, otra chica más jovencita, de mi edad y con el culo más prieto, movía un cazo de chocolate. Un cacao color cremades que tenía distintas tonalidades. Esperando en la cola mi turno, me quedé atontada mirando cómo preparaba un vaso. Cogió un cacito y eligió sólo la capa de arriba, la que estaba más fría. En un segundo cucharón, entró, más ligera, la clarita. Era un color parecido al de mi violín.

…Era mi turno. Y ya me llegaba el olor a cacao recién hecho. La camarera derramó el vaso, otra vez, sobre el papel manchado de aceite. Llevé la bandeja hacia  la mesa junto a la ventana. Abrí los dos azucarillos, los eché sobre el zumo de naranja. Me quedé mirando el movimiento histérico de las ramas de los arboles. Hipnotizada por este, me tragué el chocolate hirviendo, sin dejar que apareciera una capa más oscura”.

En la era de los libros tamaño ladrillo (si no escribes más de novecientas páginas no eres nadie), Carmen Estirado desafía una vez más las normas, publicando como NOVELA, lo que la mayoría y erróneamente consideraría como un relato o peor aún, una novela corta. Y es no hay nada que pueda molestar más que los encasillamientos de una obra según el tamaño. Porque puede haber casos en que le tamaño realmente importe pero seguramente no es el caso de la Literatura (quien no esté de acuerdo lea “Un viejo que leía novelas de amor” de Sepulveda; “Requiem por un campesino español” de Ramón J. Sender; “Donde el corazón te lleve”  de Susanna Tamaro y, sin ánimo de compararme a estos grandes, “La memoria del agua” de Francesca Valentincic). A veces pocas frases bien dichas, unas palabras puestas en el lugar exacto, llegan mejor al alma que cien repeticiones de la jugada. Y todo esto lo ha entendido perfectamente Carmen Estirado, el escrito de la cual rebosa preparación académica, cultura y una vida “vivida”.
Carme Estirado
"Las llaves de casa"
Ediciones Atlantis

www.edicionesatlantis.com/autor/652

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