Acabo de leer una novela que, por su argumento, la
clásica llamada de teléfono para correr al hospital al pie de la cama de una
madre enferma, llamada que realiza un padre con el que la protagonista no tiene
prácticamente relación, hubiera podido fácilmente y sin queja por parte de
ningún lector, caer en el estereotipo y la retorica. Hubiéramos aceptado las
normas que regulan este tipo de historias, sin rechistar, adaptándonos al
discurrir de los hechos.
Pero nada más abrir la primera página de “Las Llaves
de casa” de Carmen Estirado, la novedad y el fluir contemporáneo de las
palabras, nos sorprende gratamente, dejándonos agarrados al papel, sin
posibilidad de escape. No sabría cómo definir la narrativa de esta autora sin
caer en el tópico de los adjetivos utilizados en las recensiones al uso, que la
definirían como fresca (en el sentido de “un golpe de aire fresco), vanguardista,
moderna. Mi primera sensación fue la de encontrarme delante de una forma de
escribir diferente a la que no estaba acostumbrada, muy actual, sin caer en la
tentación de la jerga, manteniendo en todo momento una forma de redactar y unas
descripciones impecables. Y sobre todo, Carmen Estirado, le concede mucho más
importancia a la trama que al desenlace, cosa que agradezco inmensamente (“…Amar
la trama más que el desenlace…”, dice en
unas de sus canciones uno de mis cantautores favoritos, Jorge Drexler), mimando
sus descripciones, enriqueciéndolas de detalles que a alguien acostumbrado a
los best sellers tamaño tocho, podrían parecer inútiles, pero que a mí me
dejaron impresionada:
“Pedí el menú completo:
churros, chocolate caliente y zumo de naranja. Me lo sirvió la camarera gorda
que siempre se apoyaba en la orilla de la freidora y que llevaba un delantal
azul manchado de aceite que le quedaba ridículamente pequeño.
En
el pasillo de al lado, otra chica más jovencita, de mi edad y con el culo más
prieto, movía un cazo de chocolate. Un cacao color cremades que tenía distintas
tonalidades. Esperando en la cola mi turno, me quedé atontada mirando cómo
preparaba un vaso. Cogió un cacito y eligió sólo la capa de arriba, la que
estaba más fría. En un segundo cucharón, entró, más ligera, la clarita. Era un
color parecido al de mi violín.
…Era
mi turno. Y ya me llegaba el olor a cacao recién hecho. La camarera derramó el
vaso, otra vez, sobre el papel manchado de aceite. Llevé la bandeja hacia la mesa junto a la ventana. Abrí los dos
azucarillos, los eché sobre el zumo de naranja. Me quedé mirando el movimiento
histérico de las ramas de los arboles. Hipnotizada por este, me tragué el
chocolate hirviendo, sin dejar que apareciera una capa más oscura”.
En la era de los libros tamaño ladrillo (si no
escribes más de novecientas páginas no eres nadie), Carmen Estirado desafía una
vez más las normas, publicando como NOVELA, lo que la mayoría y erróneamente consideraría
como un relato o peor aún, una novela corta. Y es no hay nada que pueda
molestar más que los encasillamientos de una obra según el tamaño. Porque puede
haber casos en que le tamaño realmente importe pero seguramente no es el caso
de la Literatura (quien no esté de acuerdo lea “Un viejo que leía novelas de
amor” de Sepulveda; “Requiem por un campesino español” de Ramón J. Sender; “Donde
el corazón te lleve” de Susanna Tamaro
y, sin ánimo de compararme a estos grandes, “La memoria del agua” de Francesca
Valentincic). A veces pocas frases bien dichas, unas palabras puestas en el
lugar exacto, llegan mejor al alma que cien repeticiones de la jugada. Y todo
esto lo ha entendido perfectamente Carmen Estirado, el escrito de la cual
rebosa preparación académica, cultura y una vida “vivida”.
Carme Estirado
"Las llaves de casa"
Ediciones Atlantiswww.edicionesatlantis.com/autor/652
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