Llegar al Parque del
Retiro siempre me produce la sensación de haberme colado por error en una
película norteamericana, aquellas en las que Central Park ejerce como
protagonista y los demás actores no son que meros satélites que ruedan a su
alrededor. Cada vez me sorprendo con el aire cosmopolita del lugar, aunque el
sitio sea capaz de mantener, al mismo tiempo, la esencia madrileña de antaño.
La medula de la ciudad, su alma, por una especie de milagro no se ve empañada
por los centenares de “forasteros” que lo visitan y se pasean por sus caminos
de grava.
Al proceder de un
pequeño trozo de tierra en medio del mar y viniendo desde el aeropuerto, nunca
sé por qué entrada accedo al Parque pero, por suerte, siempre encuentro algún
lugareño (aunque dicen que quedan pocos autóctonos tengo una facilidad
increíble para encontrarlos: será porque tienen aquel aire culto sin saberlo,
aquel hablar tan castizo, aquella amabilidad
que hace sentir a cualquiera en casa…o por qué todos los que viven allí
son considerados automáticamente de Madrid y parecen serlo) que me indican la
dirección a seguir. Esta vez el objetivo a alcanzar era nada menos que La Feria
del Libro 2014, donde me habían invitado a firmar mi última novela “Cuando el
día cambia de color”. Por miedo a llegar
tarde a un evento tan importante, me adelanté, pudiéndome permitir el lujo de pasear
entre las casetas aún cerradas y desiertas (nada en aquel momento podía hacer
presagiar la llegada de la marea humana que se produjo después) y dar cuenta de
un gratificante desayuno sentada en un bar de otros tiempos, de los que llenan
el alma y el estomago al mismo tiempo.
No quiero alargarme
mucho y resumiré mi paso por la Feria del Libro como una mezcla de emoción,
agradecimiento, miedo a lo desconocido, orgullo, sensación de no estar a la
altura. Afortunadamente la parte negativa de las vibraciones y la inseguridad
desapareció cuando, sentada en la Caseta nº 42, las chicas de la distribuidora
que la gestionaban me recomendaron que respirara hondo y me dejara llevar,
disfrutando del momento, de la posibilidad de vivir aquel acontecimiento que tan
pocos pueden experimentar. Y efectivamente yo estaba allí y mi nombre sonaba en
la megafonía al lado del de Almudena Grandes, Rosa Montero, Ibáñez y muchos
otros.
“Además, unas casetas
más allá, están los famosillos de la tele” me dijo una de las chicas”… “¿cómo
competir con esto?”. Y entonces desaparecieron el miedo al ridículo, la
preocupación por hacer quedar bien la editorial, el desamparo por no conocer
absolutamente a nadie en la Capital del Reino (aprovecho para agradecer a los
que acudieron a la llamada y se pararon delante de la caseta para comprar
algunos ejemplares de la novela). A partir de aquel momento disfruté de aquel
fluir impresionante e incansable de personas, que venían a participar durante
unas horas de aquella fiesta cultural.
Pero hay unas cuantas
cosas y personas que me gustaría que destacaran en este escrito como los que realmente han hecho que valiera la pena el
madrugón, el viaje, el estomago en un puño y mi presencia en la Feria del Libro
de Madrid 2014. Dejando a un lado el respaldo de mi familia y el maravilloso
Bocata de Calamares, que en Madrid sabe a gloria, he podido gozar de la
presencia de personas y de la lectura de obras que de otra manera no hubiera
conocido.
Para darme la
bienvenida e infundirme el coraje necesario para afrontar mi asistencia en
aquel lugar, estaba Carlota Lama, escritora gallega que forma parte de aquel
grupo de madrileños que lo son por vivencias y meritos propios. La conocía por
su maravillosa novela “El encuentro de las aguas” pero, a diferencia de su río
y su mar, nunca nos habíamos encontrado aunque por sus palabras impresas sabía,
de antemano, que la nuestra podría ser una amistad para toda la vida. Mi
instinto no me falló y delante de mí se desplegaron la cultura y la sabiduría
de quien ha vivido una vida plena y llena de hechos interesantes, en lugares
distintos, con personas diversas, saboreando y haciendo acopio de todas las
emociones y las sensaciones, almacenándola para luego verterlas en sus libros o
en sus interesantes conversaciones. Al día siguiente firmaría su última novela
“Sin nada”, de la que tuve el privilegio de llevarme una copia dedicada y que
devoré a mi vuelta a la Isla. Con su lectura emprendí un largo camino hacia el
Oeste, hacia donde la tierra acaba y empieza lo desconocido. Y siguiendo los
dos protagonistas, me paré a comer pan con queso, a descansar, a masajearme los
pies doloridos, porque como ellos noté cada bache y cada piedra del camino. Al
empezar la lectura nos convertimos, sin quererlo, en unos peregrinos y al
llegar a Santiago, la Catedral nos asombra y nos deja sin aliento con su
majestuosidad. Y todo el misticismo contenido en sus paredes, toda la sabiduría
gallega que envuelve las palabras de la escritora, nos atraviesan casi por
osmosis. Es de esta manera como lo que es un viaje iniciático para algunos y de
retorno de toda una existencia para otros, se convierte en una lección de vida
para cualquier lector. Porque Carlota es una escritora sabia que nos deja
consejos sobre cómo afrontar los retos que nos depara nuestro andar por los
meandros de la existencia a la par que nos transporta en los lugares donde
deambulan sus personajes:
“El
sol había llegado antes que ellos. Podía así ofrecerles sus últimos rayos del
día…Iban sumergidos en mil matices de verde cuando de repente, allá, a lo
lejos, un azul dorado e infinito invadió el valle.”
Gracias, Carlota Lama,
por indicarnos el camino hacia el saber estar, el buen hacer y la amistad.
Sigue regalándonos pasajes a otros lugares a través de tus palabras y déjanos vivir experiencias que también
podrían ser nuestras siguiendo, en tus páginas, la vida de los personajes que
has hábilmente creado. Curiosamente, como Lucca y Diego, protagonistas de “Sin
nada”, yo también tengo la costumbre de caminar hacia el oeste al atardecer y
dejarme empapar, hasta que la oscuridad me obliga a regresar, por los últimos
rayos de sol. Algún día espero llegar donde la tierra se funde con el mar, o el
mar penetra en los campos, matizando de azules el verde de la hierba de tu
Galicia.
De un lugar mucho más
lejano, de otra isla situada en un mar mucho más profundo y oscuro, de una
tierra volcánica tan diferente a la caliza omnipresente en mi mundo, viene la
otra persona cuya obra saboreé, página a página, sentada en una cafetería de
antaño, a mi vuelta de Madrid. Conocí a su autor durante el tiempo que duró mi
presencia en la Feria, pero me bastó para apreciar la cultura de profesor de
literatura que manaba de sus palabras. Tengo que confesar que no estoy muy
puesta en materia poética y que mi experiencia en este campo es muy reciente y
se reduce a unas participaciones pasivas en unas magnificas e interesantes
reuniones mallorquinas apodadas “El último Jueves” que, como su nombre indica
se realizan el último jueves de cada mes y donde, después de presentar un autor
concreto, los poetas asistentes al acto pueden acabar, en las dulces horas de
la madrugada, declamando sus versos. José Antonio Luján es un escritor y poeta
canario que me encantaría que pudiera participar en estas reuniones, por la
calidad de sus versos, la profundidad de sus metáforas, la utilización culta de
todos los recursos poéticos. Sus palabras se agarran a la tierra volcánica como
la vid que se cultiva en su isla, parecen surgir de las mil cuevas formadas por
los caprichos de la lava, entran en el alma y la cortan como el filo de las
piedras de magma que crean paisajes
lunares. Su formación clásica emerge de entre los versos a través de Dioses del
Olimpo, mitología griega mezclada con el viaje de Ulises, su cultura surge de
las referencias al arte abstracto contemporáneo y a la filosofía platónica, la
música clásica y los electrodomésticos modernos. Todo envuelto por los aromas y
los paisajes de su tierra que, como el nombre de la obra bien indica “Salmodia
Atlántica”, está bien anclada en medio del océano, surgida como Venus de las
aguas. El libro es un aprendizaje para el alma y cuenta con la espectacular
colaboración de veinte artistas plásticos locales, formados en la Escuela Luján
Pérez, que han expresado en imágenes lo que José Antonio Luján ha plasmado en
palabras. Por esto podemos zambullirnos en …la
ruda retama blanca espuma recreando una estepa en el vacío…de “Creación” y
verla en la pintura de Teo Mesa o observar el “Caos” de Orlando Hernández
mientras leemos…el verbo troquelado tras
el verso…y sumergirnos en el “Abstracto” de Yolanda Graziani mientras nos
parece escuchar a Gustav Mahler de fondo. Una delicia para los sentidos.
La tercera obra que
marcó un antes y un después por lo que concierne a mi presencia en el Parque
del Retiro en un día de junio, hacía tiempo que quería adquirirla y leerla.
Publicada en marzo de 2011, “Fantasmas de Kensington” de J.D. Álvarez, había
planeado sobre mis ganas de una buena lectura como un espectro salido de sus páginas.
Después de varios intentos conseguí un ejemplar dedicado por el autor, que
llegó directamente a mi casa por mensajero desde la Feria del Libro 2014, ya
que no pude coincidir con el escritor/editor en el momento de su firma. Durante
su lectura me encontré delante de una novela diferente, llena de aportaciones
interesantes y citas que delatan un profundo estudio del tema a tratar. La
cultura del autor permanece presente per subyacente en todo momento, como con
temor a ser descubierta por el lector, al cual quiere hacer creer que se
encuentra delante de un libro de fácil lectura. Porque el tema principal se
rehace a la novela de James Matthew Barrie, creador del personaje al que la
mayoría creemos parecernos un poco, Peter Pan. El mismo que nos provoca a la
vez ternura y fastidio, nostalgia por lo que fue, esperanza por lo que todavía
podría ser y, simplemente rechazo, cuando ya apostamos directamente por el futuro y ya no queremos creer en nada.
Dependiendo de las diferentes épocas de nuestra vida, sentimos emociones
encontradas hacia el eterno niño que puede volar gracias a un polvillo mágico,
sensaciones que se descomponen en múltiples variantes según nuestro estado de ánimo, casi las mismas
que han llevado a diferentes estudiosos del tema a abordarlo. Así lo hemos
podido ver en varias versiones cinematográficas, desde dibujos animados a
interpretaciones de actores famosos, en canciones de autores nacionales o
extranjeros, en obras de teatro escolares y disfraces de fin de curso.
Estudiado y escudriñado en todas sus perspectivas: desde el punto de vista del
protagonista o de Wendy, de su proprio autor o del malo de la historia. Pero
nunca desde el planteamiento que nos propone J.D. Álvarez, uno de los mayores expertos
en materia: desde el del hombre que una vez fue el niño que dio nombre al
eterno adolescente, Peter Llewelyn
Davies, muerto suicida cansado de que le preguntaran por el que suponían
su alter ego. ¿Y si no hubiera muerto arrollado por aquel tren en la estación
Londinense de Sloane Square, dejando atónitos a todos los que contaban con él y
le creían inmortal?¿Y su hubiera muerto otro en su lugar pudiendo, por fin,
desprenderse de su sombra y empezar una nueva vida? Dicen que no hay ningún plan
perfecto y que los fantasmas de tu pasado siempre te encuentran: será por este
motivo que podemos pasearnos con el protagonista de la novela de J.D. Álvarez
por unos parajes escoceses que intentan alejarse del estereotipo que tenemos de
“Neverland”, el país de nunca jamás, pero seguimos encontrándonos con el
cocodrilo, el capitán Garfio, las Sirenas y nuestros peores temores. Y es que
nadie nunca dijo que esconderse de uno mismo y del destino que nos pertenece,
fuera fácil. J.D. Álvarez, tampoco nos lo promete pero, a cambio, nos deja
pasar un rato en compañía de personajes que creemos conocer, llevados de la
mano por una prosa impecable y envueltos en la atmosfera claustrofóbica de una
novela repleta de espectros no muy al uso.