En este verano caluroso,
el más cálido de los últimos treinta años según los expertos, cargado de promesas incumplidas y expectativas
que, demasiadas veces, no se llegan a
realizar, alguien se ha atrevido a abrir una ventana para que una ligera brisa
ventilase el tedio y la monotonía en lo que, en ocasiones, se convierten mis
adoradas, cálidas y sosegadas tardes de estío, tan anheladas durante el
invierno. El simple gesto de abrir de par en par los cristales y las persianas
y crear una ligera corriente de aire, el famoso “tiro” mallorquín, hizo que aquel “oratge” tan nuestro llegara, ayer, cargado de imágenes, música y
palabras en una biblioteca de Alcudia, en el norte de la isla, esparciéndose por
el casco antiguo, rebotando contra las paredes de dunas fósiles, gastadas por
la intemperie y los años, y colándose en las almas de los transeúntes y los
parroquianos sentados “a la fresca”
en sus “balancins”, provocando que
todo volviera a cobrar sentido. Artífice del milagro tan sencillo de refrescar
con un simple gesto cotidiano que todos parecíamos haber olvidado, nuestro
sentidos adormilados por la rutina y la canícula, ha sido la pintora Malen
Company que, con sus pinceles cargados de magia y sentimientos, despierta
emociones intensas en todo observador interesado a pasearse delante de su obra,
donde palabras, fotografía y pintura se mezclan para formar unas piezas que
parecen reunir todas las formas artísticas en una amalgama perfecta. Es así
como el que yo denomino su “autorretrato emocional”, mi favorito, nos enseña la
autora en todas sus expresiones faciales a la par que emocionales, como si de
una secuencia fotográfica se tratara, en la que el fotógrafo hubiese dejado el
objetivo abierto para captar el movimiento y los cambios de humor de la
artista. Pero la exposición nos depara más sorpresas y los retratos se mezclan con
las flores, las frases no pronunciadas y la música que lo invade todo. Porque
durante la presentación del martes por la noche, los que tuvimos la suerte de
asistir, pudimos presenciar la continuidad del sentimiento artístico en las
nuevas generaciones, que nos emocionaron haciéndonos comprender que la creatividad está a salvo mientras existan jóvenes
que no renuncien a plasmar sus inquietudes sobre lienzo, papel o partitura. Y
así fue como Xisca Morey acompañada por dos jóvenes músicos (los tres forman el
grupo “L’Espill”), recitó delante de nosotros el relato “Petita Laia”, dejándonos
clavados al suelo, imposibilitados para realizar cualquier movimiento,
conteniendo al tiempo el aliento y las lagrimas. Necesitamos unos minutos para
recuperarnos y todos disimulamos la emoción como pudimos, entre pañuelos de
papel y vasos de vino. Tres motivos provocaron mi emoción: la historia extremadamente
conmovedora, los cuadros de Malen que lo envolvían todo, enmarcando aquella
noche mágica y el reconocerme a mí misma, con la misma edad de los
protagonistas de la velada, sentada en corro, protegida por mi guitarra, mientras
los acordes, las notas, las canciones y las palabras pronunciadas por y para
mis amigos se esparcían en un mundo ya lejano. Me quedo con dos frases, las dos
que inspiran esperanza para un arte tan pisoteado y ninguneado. La primera es
de mi amiga Marga, la madre de la artista: “Tenemos suerte, existe una
dimensión paralela de jóvenes artistas que no sabemos que existen pero que
están allí”. La otra es de Joan, mi marido: “Hasta que existan jóvenes como
estos, el mundo de creatividad artística que ha vivido nuestra generación
quedará a salvo, para siempre: esta noche me han dado la posibilidad de volver
a tener veinte años y revivir las mismas emociones y esto no tiene precio”.
Como en mi vida la
banda sonora tiene una importancia trascendental, me gustaría poner música de fondo
para este escrito y para la experiencia en general. No pudiendo tener las
canciones originales que amenizaron la noche me gustaría que pensarais en “Kathy’s
song” de Simon and Garfunkel, porque mientras escuchaba a Xisca recitar y sus
compañeros tocar, unas palabras que hablaban de gotas de lluvia deslizándose por
un cristal me llevaron automáticamente a la otra canción, donde Art cantaba a
su amada que residía en Inglaterra, al otro lado del Atlántico, mientras
observaba como las gotas de lluvia resbalaban y morían en las ventanas.