jueves, 2 de febrero de 2017

TU RECUERDO ESTÁ A SALVO CONMIGO

-“Uep, Capitán, me tienes que ayudar a contar esta historia. Échame una mano, porque no creo que pueda sola”. Porque, ¿Cómo explicar en pocas palabras la emoción de volver a encontrar a un gran amigo que, por circunstancias naturales y trajines cotidianos, habías perdido de vista?  ¿Cómo contar la alegría de oír nuevamente su voz, saber de su vida, volver a compartir viejas historias de juventud y nuevas sensaciones? Tú ya lo sabes porque eres uno de los dos protagonistas de este relato, pero quizá sea conveniente poner en antecedentes a los que, cada uno por un motivo distinto, hayan decido leer este escrito: a lo mejor si les doy alguna pista, entenderán mejor lo que quiero expresar.
Te conocí en un día caluroso de junio de hace treinta años, en uno de estos complejos turísticos construidos donde las lluvias torrenciales de septiembre desembocan en el mar, formando una de estas maravillosas calas del este de la isla, mientras yo intentaba guiar y dar información a los turistas perdidos, y tú aspirabas a no perderte, mientras buscabas tu vocación compaginándola con un trabajo estival. Y en aquel lugar, en el que los dos nos encontrábamos extraños, donde el agotamiento del trabajo no nos permitía fijarnos en las maravillas del paisaje que nos envolvía, de donde yo hubiera querido salir huyendo cada vez que se ponía el sol y donde tú no hubieras querido tener que volver cada vez que amanecía, empezó nuestra entrañable amistad. El vaivén de las olas en la playa, parecía querer otorgar una mínima sensación de movimiento a toda aquella agobiante quietud y las cigarras, con su fragor de alas frotándose, tapaban el silencio que, a nosotros, nos parecía que se había adueñado del territorio en el cual trabajábamos. Porque a pesar de las centenares de personas bronceadas o achicharradas por el inclemente sol, dispuestas a pasárselo bien a toda costa, y no obstante nos encontráramos en medio de una Babel mallorquina, con decenas de lenguas habladas con estridente y forzada alegría, nosotros nos sentíamos como si alguien hubiera desconectado unos enormes bafles y las voces de aquella enorme masa de personas, nos llegasen filtradas a través de una espesa capa de algodón.  “¿Conoces a Antonio Tabucchi?”- me preguntaste un día –  “no se puede vivir sin leerlo”. Y el mundo, de repente, volvió a girar: volvieron los sonidos, los colores, y el lugar me pareció un poco menos árido y la sequía se amortiguó con el fluir de tus interesantes palabras. Ya tuve un motivo para quedarme a cada puesta de sol y tú, para no temer cada amanecer. Nuestras conversaciones vencieron el desgaste de un trabajo que yo había escogido y el tedio del qué tú debías realizar. Así surgió nuestra cariñosa amistad que se consolidó, a diario, a lo largo de varios meses y que desafió el tiempo y los prolongados años de separación, ocupados en quehaceres cotidianos y vivencias por separado, apareciendo y desapareciendo como lo hace, a veces, la luna detrás de las nubes. Pero hace un par de años, me volviste a encontrar y me alegré de que no hubieses cambiado: un punto firme en mi vida. Hablábamos de tu familia, sobre todo de tu hijo y de tu fantástica mujer, de organizar una comida juntos, de invitaciones en mi casa y en la tuya, de faros, atardeceres y mar. Y las fotos que me enviabas desde tu atalaya, una casa que parecía un barco varado en una colina de Felanitx, imágenes donde el rojo del cielo alcanzaba unos tonos imposibles y que tu conseguías captar con tu objetivo, eran espectaculares: “Tenemos que organizar una exposición fotográfica” –te decía, mientras tu obviabas el tema y pasabas al siguiente - “Y sobre todo, quiero ser tu vecina en el “Port de Felanitx”, tu amiga (que ya lo soy) y amiga de tu familia, contemplar tus mismas puestas de sol y el faro más bonito de Mallorca, en vuestra compañía.”- continuaba. “Esto está hecho”- me contestabas, como si todo fuera posible y tuviéramos todo el tiempo del mundo. Quedamos para vernos pasadas las fiestas navideñas, como todo hijo de vecino “mallorquín” que se aprecie: “Quan passi es trui de ses festes”- dijimos. Pero tú no fuiste a la cita, Capitán. Me dejaste esperando sola, soñando en los siguientes treinta años de amistad, los que yo había previsto llenos de reseñas y comentarios literarios, luz intermitente de faros y visitas a una acogedora casa barco, varada en una colina. Compuesta y sin amigo.
Supongo que habrá quien diga que fuiste un cobarde y quien un egoísta (estos últimos tienen una parte de razón), yo considero que fuiste muy valiente: desconozco tus motivos, pero cuánto coraje se necesita para decir definitivamente basta. Supongo que tus actos fueron dictados por tu extrema sensibilidad y  formidable inteligencia, la que poseen los pocos que saben ver más allá de la simple realidad. La cuestión es que has desbaratado los planes a unas cuantas personas que te querían mucho y no puedo ni imaginar su dolor. Pero, dime qué hago yo ahora con mis proyectos de una amistad recién estrenada, que había vuelto a nacer y se preveía llena de tus comentarios e interesantes ocurrencias. ¿Cómo se lo explicamos a la gente que está leyendo este escrito y que ya nos imaginaba, los próximos treinta años, en Porto Colom sentados sobre una roca hablando de viejos recuerdos, proyectos de exposiciones fotográficas y literatura? Explícaselo tú, Capitán, porque yo no creo ser capaz de hacerlo.
A Miquel Ángel.